dimecres, de juliol 25, 2007

Lacras contempóraneas (I)

En la actualidad es muy fácil cortar amarras. En el plano empresarial, con 45 días por año trabajado si te he visto no me acuerdo. En el plano sentimental, siempre nos quedará el ir a por tabaco para desaparecer con aquella estudiante de periodismo de 21 años (... o aquel cubano de 22... centímetros). En el plano político, siempre podemos mandar cada cuatro años al Zapatero, Montilla o Hereu de turno al grupo mixto del Parlamento.

Con lo que no es tan fácil cortar amarras es, dejando de lado el darse de baja de una empresa de telefonía, es con la monarquía. Al Rey, la Reina, el Príncipe, las Infantas, el Marichalar, el de Todos los Santos, las primas de Grecia, el hijo del Rey de Bulgaria casado con la sobrina del Rey, el hijo bastardo de Alfonso XIII (veáse Leandro de Borbón) y demás prole hemofílica hay que aguantarlos saecula saculorum. Para echarlos hay que cambiar de régimen, y estos cambios suelen ser traumáticos. En Francia, hace más de 200 años cortaron por la calle del medio (veáse guillotina) y en España nos comimos una Guerra Civil cinco años después de darle boleto a Alfonsito. No creo que compense.

Lo que si tengo claro es que si el Estado, vía impuestos de todos nosotros, financia la manutención de toda la prole hemifílica arriba descrita, dicha prole debe soportar nuestras críticas.

Y si estas críticas vienen diseñadas por el ácido lápiz de los dibujantes de "El Jueves" tenéis que aguantaros Altezas. Todo esto viene con el sueldo. Con el puto sueldo que te pago yo en la parte proporcional que determina el Ministerio de Hacienda según determinan los presupuestos anuales aprobados por el Parlamento. Y que cada puto año pago monárquicamente.