diumenge, de setembre 16, 2007

Mi mujer dice (VI)

Sue Ellen está obsesionada con la limpieza. Con la limpieza del hogar (dan fe de esa obsesión la cantidad de asistentas despedidas, más larga que la lista de entrenadores cesados de la Primera División de fútbol) y con la limpieza corporal (da fe de esa obsesión la astronómica factura que pagamos bimensualmente a la Sociedad General de Aguas de Barcelona).
En principio, eso de tener una "mujer limpia" me parece satisfactorio y hasta altamente recomendable diría yo. Y más después de frecuentar algunos baños foráneos que parecen el trastero de un centro de depilación u oler perfumes corporales con olor a choto de algún congénere con hidrofobia.
Pero, decididamente no soporto:
a) La limpieza a fondo que se le pone entre ceja y ceja de forma paranoica algunos sábados. Y lo peor viene cuando yo pronuncio áquello de "si la casa no está tan mal". Y ella, malvada y retorcida como solo saben serlo las mujeres cabreadas, lanza la artillería pesada: "No, no limpies,... espera que en el microondas salgan estalactitas como en el de tu madre".
b) Llegar a casa a las siete con ganar de devorar el Diario de Patricia y oír esa frase: "Baña a los niños". Me entra complejo de guardia de seguridad y, encima sin fumar. Veinte minutos en el baño viendo como esos dos cafres gastan más champú de una sentada que whisky Joaquin Sabina en una noche. Además, siempre les pongo el pijama que no debía y me toca cambiarles otra vez. Por no hablar del tsunami con el telefono de la ducha (¿se llama así?). Y no hablemos de la eterna polémica de si les he secado el pelo lo suficiente. Cuenta una leyenda urbana que hay padres que demoran expresamente la llegada a casa más allá de la hora del baño de los niños. El día que tales padres monten una plataforma me afilio con carácter vitalicio.